jueves, 29 de noviembre de 2012

Discurso racional



Lejos de reconocer en la diversidad de léxicos y hábitos lingüísticos el síntoma o la huella de la complejidad inaudita de la existencia humana, no han faltado los intentos en Occidente por destacar alguno como el modelo o ideal. Durante siglos fue el discurso filosófico (en sus diversas y no menos dispersas variedades) el candidato a erigirse en patrón y medida, hoy día es el discurso científico. Cada uno en su momento, el discurso filosófico, primero; el científico, después, se han autodenominado «racionales».


A pesar de los intentos por trazar las fronteras entre lo racional y lo irracional, ellas todavía son materia de discusión. El término «razón» procede del término latino ratio, derivado del griego logos, y alude a esa nueva forma de decir surgida en Grecia hacia el siglo VI a. C., diferente al decir del mito. El decir del logos sería un decir en condiciones de tomar distancia de la tradición, un decir no comprometido con ella. Si el logos designa una forma de decir, el logos, la ratio, y en última instancia, la razón, no sería más que el apodo, la etiqueta mediante la cual distinguimos los discursos articulados por esa forma de decir.


Tomar distancia de la tradición, ser racional, constituye un reto que los pensadores han asumido a lo largo de la historia, y en la elección de los hábitos lingüísticos por medio de los cuales articulan sus discursos no sólo influyen factores socio-culturales, sino además la orientación misma de sus investigaciones filosóficas. Esto último ocurrió con Aristóteles, quien, como naturalista que era, se ocupaba del ámbito físico-biótico. No contaminado por los avatares de la historia en comparación al ámbito socio-cultural, el discurso relativo al ámbito físico-biótico estaría (hasta cierto punto) vacunado contra las excepciones en virtud de la regularidad de la naturaleza.

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