El péndulo evocado por Morley ha oscilado drásticamente entre
los que proponen una agenda “dominada por la producción de análisis micro de
los procesos de consumo mediático” y aquellos que, como reacción, llaman a
“abandonar el callejón sin salida de la etnografía para regresar a las verdades
eternas de la economía política”. Pero sus oscilaciones no se refieren de
ninguna manera a cuestiones exclusivamente metodológicas: mientras en un lado se
extienden los llamados a abandonar cualquier preocupación por las implicaciones
políticas e ideológicas de los medios (alegremente desestimadas en la eufórica
celebración de la capacidad de las audiencias para negociar significativamente
con los mensajes mass-mediáticos en el contexto de lo que Fiske (1986) no duda
en llamar “democracia semiótica”), en el otro también es de notar la posición
igualmente extrema de quienes tienden a desestimar la totalidad de los aportes
hechos desde la perspectiva de la audiencia activa calificándola de “nuevo
revisionismo” (Curran, 1990) o, todavía más duramente, de “populismo sin
sentido” (Seaman, 1992).
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